jueves, 29 de diciembre de 2011

Vietnam: Hanoi, Sapa y Halong Bay

Tras casi dos días, entre escalas, vuelos y diferencias horarias, llegamos a Hanoi, capital de Vietnam. El viaje se nos hizo largo y cansado ya que apenas dormimos unas pocas horas y además pese a que llevábamos el forro polar, pasamos mucho frío tanto en los aeropuertos como en los aviones. La verdad es que no entendemos muy bien qué perra les ha entrado con poner el aire acondicionado a tope. Nos pasó algo muy curioso en el aeropuerto de Bombay. Teníamos una escala de diez horas, tiempo más que suficiente para visitar la ciudad, sin embargo no nos quedaba ni una rupia, ni tampoco demasiadas ganas, así que decidimos que esperaríamos tranquilamente en el aeropuerto. Cuál fue nuestra sorpresa, que al cambiar a la terminal de vuelos internacionales, cuando quisimos acceder a su interior, un policía nos dijo que sólo podíamos entrar tres horas antes de nuestro vuelo. La otra opción que nos dieron fue esperar en la calle o pagar, que es lo que finalmente hicimos, para poder estar en una sala de espera que tienen habilitada, según ponía, para visitantes, pero que estaba llena de viajeros como nosotros. Una vez más, "Incredible India" tal y como rezan algunos anuncios publicitarios en este país.
Por otro lado, nos llamó mucho la atención la cantidad de medidas de seguridad que hay en los aeropuertos indios. Fueron incontables los controles por los que tuvimos que pasar, tanto al llegar, como al cambiar de terminal, y la gran presencia policial y del ejercito, ametralladora en ristre. Sin embargo, pese a todo ello, una navaja multiusos que llevábamos en el equipaje de mano, sin nosotros saberlo, consiguió volar en los aviones que nos llevaron desde Trivandrum, en el sur de la India, pasando por Bombay, hasta Bankgok, donde la interceptaron al pasar por el escáner.

Cuando llegamos a Hanoi el tiempo estaba nublado y hacía frío, bueno al menos eso nos pareció. Claro que puede ser porque habíamos pasado de treinta y tantos a quince grados de temperatura. Ya empezábamos a echar en falta el calorcito de India.

¿Qué decir de esta ciudad? Comenzaremos por las explicaciones que nos dio nuestro guía de la Bahía de Halong. Su nombre significa ciudad dentro del río, ya que la atraviesa el Río Rojo. En ella viven más de seis millones de habitantes y suponiendo que cada familia estuviese formada por cuatro miembros, tres de ellos tendrían motocicleta. Esto es así porque sus ingresos no les permiten poder comprarse un coche. Así que, en horas punta, el colapso del tráfico es tan absoluto, que ni siquiera los peatones podemos cruzar las calles porque no hay un sólo hueco por el que pasar. Ha sido muy divertido ver cómo un enjambre de motos se iba acercando por la carretera, mientras nosotros la atravesábamos y cómo caminando despacito, sin titubear, ellas nos iban esquivando. A veces, cuando les vemos, pensamos que la moto es una prolongación de su cuerpo, ya que les acompaña a todas partes. Es increíble, porque algunos no se bajan ni para hacer la compra. ¿Que cómo es posible? Pues porque por toda la ciudad, en plena calle, hay gente vendiendo todo tipo de cosas y comida. Se detienen donde les interesa, compran y se van. Los que se bajan de la moto, la aparcan en la acera, así que las aceras están ocupadas por ellas, por los puestos de los vendedores, los pequeños restaurantes improvisados o los talleres, que efectúan sus trabajos de soldadura, pintura etc,..en medio de todo este barullo. Sin duda, en las calles de Hanoi el peatón es el gran discriminado...




Una calle de Hanoi, el tren pasa por el medio

Nosotros nos alojamos en la parte vieja de la ciudad. Las calles de esta zona están organizadas por gremios. Nuestro hotel estaba en la calle de los cacharros de cocina de acero inoxidable, y muy cerca, estaba la de las pinturas sintéticas, la de los objetos de plata, y la de las costureras. Es una buena forma de orientarte en este lío de calles. Hay lugares interesantes para visitar, pero lo mejor es dejarse perder, caminando entre calles. Nos ha gustado mucho pasear por los alrededores del lago Hoan Kiem y comprobar la pasión casi enfermiza que tienen los vietnamitas por la fotografía, o ver a multitud de recien casados haciéndose el reportaje de boda...


En el templo de la literatura nos encontramos con una fiesta de graduación y a cientos de jovencitas haciendo posados que ni las modelos profesionales.

También el lago del oeste merece una visita, es una mezcla de altos rascacielos y casas no tan modernas, que se reflejan en su superficie con la misma nitidez que como si de un espejo se tratara.



Visitamos también el complejo de Ho Chi Min, en cuyo mausoleo los vietnamitas mantienen una actitud de respeto reverencial. Tuvimos suerte ya que no estaba de vacaciones (dicen que se lo llevan a Rusia...) y pudimos ver su cuerpo embalsamado. De camino a este lugar, conocimos a Rina, una chica japonesa que andaba un poco perdida y con la que estuvimos un par de días.


¡Y cómo no!, toca hablar de comida. Aqui la especialidad es la sopa de noodles o pho bo, el rollito de primavera relleno de pescado, verduras o mixto, y luego otros alimentos un poco más exóticos como el perro, las ratas o la serpiente. Según nos han explicado, comer perro no es algo que se haga todos los días ni mucho menos. Se come a finales de mes, nunca al principio y se supone que da buena suerte para el mes siguiente. En cuanto a las ratas, es un plato muy apreciado, y sólo se comen las que viven entre los arrozales y patatales. Todavía no hemos tenido oportunidad de probar estas exquisitices, aunque sí que las hemos visto a la venta en el mercado y la verdad, da un poco para atrás. Jon dice que en cuanto tenga oportunidad, probará todos estos manjares.


En cualquier lugar de la ciudad montan una mesa, unos cuantos banquitos y a comer!!

En Hanoi hemos estado cuatro noches. En el hotel en el que estábamos alojados nos vendieron la excursión para ir a Sapa, una zona de montaña en el norte del país. Desde el momento en que llegamos a este hotel, nada más bajarnos del taxi, ya estaban intentando vendernos todos los tours que tenían. Cada mañana nos preguntaban a ver si ya habíamos decidido qué ibamos a hacer. Finalmente y tras mirar en varias agencias lo hicimos con ellos. No era lo que queríamos, pero cuando viajas con el presupuesto muy ajustado, a veces sale más económico contratar este tipo de tours que hacerlo por tu cuenta.

Sapa está a 1300m de altitud y se accede por una carretera de montaña desde Lao Cai, localidad que hace frontera con China y a la que llegamos muy temprano por la mañana tras pasar una plácida noche en el tren. Estábamos profundamente dormidos cuando de repente pusieron música a todo volumen para anunciar que estábamos llegando a nuestro destino.
Lo que uno espera cuando va a Sapa es encontrarse interminables campos de arroz de color verde fosforito, salpicado de poblados de minorías étnicas, sombreros cónicos y búfalos de agua. Nosotros no tuvimos la suerte de ver este paisaje en todo su esplendor, pero disfrutamos de la compañía de los lugareños en los dos pequeños trekkings que hicimos. Aún resuena en nuestros oídos la cancioncilla que las niñas nos susurraban: "you buy something to me" repetida unos cuantos millones de veces... El trekking fue bastante flojillo (anduvimos como máximo unas tres horas), el tiempo nublado y frío y como era de esperar, nuestra guía nos hacía parar en cada tienda o restaurante, a ver si picábamos algo. Pese a todo ello, nos lo pasamos muy bien charlando con la gente de nuestro grupo, sobre todo con Tania, una chica suiza que actualmente vive en el norte de Tailandia y que está de vacaciones con sus dos hijos. Esperamos encontrarnos nuevamente con ella.


Campos de arroz en terrazas


El mayor, desde muy pequeño, cuida de sus hermanos menores. Jugando dentro de una tubería de hormigón


Mujer de la etnia Ta Van. No paraba de sonreir.


De la etnia de los H´mong negros. Son tremendamente bajitos y aparentan una edad mucho menor de la que tienen.



Después de Sapa, nos fuimos a la Bahía de Halong. Era un sitio al que le teníamos muchas ganas y queríamos que saliera bien. Así que pensamos que ya que lo íbamos a hacer organizado, no iríamos a lo más barato porque habíamos leído que en muchas ocasiones por ahorrarse unos duros, la experiencia había resultado bastante decepcionante. Fue una excursión de tres días con otras nueve personas de diferentes nacionalidades, con las que compartimos la Nochebuena y la Navidad. El primer día comimos en el barco y por la tarde había programadas varias actividades que no se pudieron realizar porque el barco se quedó encallado en un banco de arena y les costó mucho tiempo sacarlo de allí. Así que el guía, en un ejercicio de improvisación, decidió un poco antes de que el sol se pusiera, subir a una pagoda para ver el atardecer y hacer media hora de kayak, a toda pastilla y más que nada para cubrir el expediente. Al día siguiente, por la mañana, nos llevaron a una gruta, en la que había millones de personas y más tarde desembarcamos en una isla donde dimos un bonito paseo, un rato en bici y otro caminando. Por la tarde tocaba hacer kayak y he aqui nuestra pequeña aventura en la Bahía de Halong. Desde el primer momento tuvimos problemas para gobernar la canoa y nos íbamos quedando rezagados, aunque como podíamos acabábamos alcanzando al grupo. Sin embargo, en una de éstas, nos quedamos tan atrás que les perdimos completamente de vista. Nosotros intentábamos avanzar pero la embarcación no hacía más que dar vueltas. Así que de repente, nos encontramos completamente solos en mitad de una bahía y sin saber muy bien hacia dónde teníamos que ir para volver a nuestro barco. Como el chaleco salvavidas tenía un silbato, nos pusimos a silvar, pero el tiempo pasaba y nadie venía a buscarnos. Empezábamos a estar un poco desesperados, sobre todo temiendo que se nos pudiera hacer de noche, cuando pasó un barco grande al que pudimos pedir ayuda. Pero no se quedó lo suficientemente cerca, así que nos gritaban que fuéramos hacia ellos. Qué más hubiésemos querido, si el problema era precisamente que la canoa tenía vida propia e iba hacia donde le venía en gana... Finalmente, al cabo de un buen rato y con una buena dosis de cabreo en el cuerpo, apareció nuestro barco al rescate de estos dos naúfragos.
¡Qué aburridos serían los viajes sin anécdotas como éstas con un final feliz!
Después de todo ésto, sólo resta por decir que es uno de los lugares más espectaculares que hayamos visto hasta el momento. De las aguas color esmeralda del golfo de Tonkín se yerguen miles de islotes cubiertos de vegetación, pequeñas calas, cuevas, y pueblos de pescadores flotantes que le dan un toque pintoresco. No hemos conseguido hacer ninguna foto que le haga verdaderamente justicia, pero aqui dejamos unas cuantas para abrir boca.






URTE BERRI ON DENOI!!!

lunes, 5 de diciembre de 2011

Ultimos días en India

La razón por la que fuimos a Alleppey fue para conocer los backwaters y navegar por kilómetros y kilómetros de canales, observando la vida de los pueblos ribereños. Hay varias posibilidades de hacerlo. Entre ellas, alquilar una casa flotante para unos días o pasar el día en una canoa. Al principio, la primera opción fue la que barajamos, ya que habíamos leído maravillas sobre estas enormes barcazas. Lo único que nos echaba para atrás es que nos suponía demasiado dinero, aunque por otro lado, pensamos que ya nos lo quitaríamos de otras cosas. Sin embargo, una vez que llegamos a Alleppey y nos estuvimos informando sobre el tema, no nos gustó el hecho de que por el gran tamaño de la embarcación, no pudiese navegar por los canales pequeños, que es lo que a nosotros nos parecía más atractivo. Así que, finalmente, nos decantamos por la pequeña canoa y pasamos el día con Sajeev, el barquero, compartiendo desayuno y comida con él y su familia.


Esta es la canoa en la que pasamos el día

Comida típica de Kerala servida en una hoja de bananera

A este lugar lo llaman la Venecia de Asia o la Venecia de los cocoteros. Y si la Venecia de Italia deslumbra por la belleza en la arquitectura de sus edificios, la de la India lo hace por su desbordante naturaleza.

Uno de los pequeños canales

El gran canal

En Alleppey se celebra en agosto una regata llamada Nehru Trophy y pudimos ver cómo es una de las embarcaciones que participan. En ella, reman simultáneamente nada más y nada menos que cien hombres ¡menuda coordinación! Tiene que ser un verdadero espectáculo poder verlo.

Otro día cogimos otro barco, esta vez para ver el atardecer y...


...nos dejaron conducir un rato la embarcación

Desde aquí, salimos dirección a Varkala. Como en Goa habíamos cogido varios autobuses locales y la cosa había ido bien, decidimos hacer el viaje de esta manera. Así que después de pegarnos el desayuno de los campeones en la Guest House, nos dirijimos a la estación de autobuses. La escena es la siguiente: para empezar, el autobús es puro hierro; las ventanas no tienes cristales, por lo que el aire circula que da gusto (un buen sustituto del aire acondicionado); van el conductor y el que cobra el billete; y hay una cuerda que va por todo el techo hasta una campanita, con la que se avisa tanto de la parada como de la puesta en marcha. Aquí el dicho "donde comen dos comen tres" se convierte en "donde caben dos caben cincuenta", así que normalmente van como sardinas en lata. Si a ésto le añades que en la carretera impera la ley del más grande, se convierte en una secuencia de aquellos memorables dibujos animados llamados "Autos locos". Esto es, el autobús invade el carril contrario para adelantar, y los que vienen de frente que se aparten, a ver sino para qué sirve el arcén... Y así te pasas todo el viaje entre acelerones y frenazos. Hay otra cosa muy graciosa: en la estación de autobuses está la muchedumbre congregada a la espera. Entonces, antes incluso de que el susodicho se detenga, ya se empiezan a subir. No hay ese concepto tan nuestro de esperar a la cola (ni en el autobús ni en ningún sitio), que es sustituído con toda naturalidad por el empujón y el codazo. Así que nosotros, inocentes en estos lances, dejamos pasar a todo el mundo, y con la mochila a la espalda, nos tocó ir de pie en el pasillo, atiborrado de personas. Lo mejor de todo es que el señor cobrador no sabe volar y tiene que atravesar todo el autobús para dar los tickets. Nosotros no podíamos movernos ni para dejar la mochila en el suelo. Ni siquiera para girarnos un poco, porque cuando lo hacíamos, les metíamos un viaje a los que estaban sentados. El cobrador insistía en que nos la quitáramos y fuéramos hacia atrás, a lo que nosotros respondíamos: "It´s impossible". Pero, qué va, en este país, se hace posible todo lo imposible. Así que, finalmente, con algún que otro daño colateral y repartiendo "sorrys" a diestro y siniestro, conseguimos llegar al final del autobús. Afortunadamente, sólo fuimos una hora de pie.

En cuanto a Varkala, el mar, la playa y las palmeras, son los grandes protagonistas, además de una gran profusión de centros de tratamientos ayurbédicos, clases de meditación y yoga. Pese a ser muy turístico se respira un ambiente tranquilo y relajado. A nosotros lo que más nos ha gustado han sido los paseos matutinos por caminos interminables que van bordeando la costa y en los que te vas encontrando pequeños pueblos y playas desiertas. Y también ver las curiosas artes de pesca de estos pescadores. En fin, como una imagen vale más que mil palabras, aqui dejamos unas cuantas fotos...


Nunca hemos sido tan conscientes de la repercusión de la liga española

Esta escena se repite todas las mañanas: los pescadores se disponen a recoger las redes...

...y enganchan a cualquier guiri para que les eche una mano


La recompensa


El próximo día quince cogeremos el primer avión de tres que nos llevarán a Vietnam, nuestro siguiente destino. Este mismo día se cumplirán tres meses desde que iniciamos el viaje. De ellos, casi dos los hemos pasado en la India. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido y de los kilómetros recorridos hemos llegado a la conclusión de que sigue siendo una desconocida para nosotros. Es tan inmensa, tan diversa y llena de contradicciones que es como viajar a otro mundo.
Desde luego, no ha sido un amor a primera vista, sino el comienzo de una relación tormentosa. Es un país que te pone constantemente a prueba. A veces incluso se nos ha pasado por la cabeza abandonar, pero algo tiene que te atrapa. Hay quien dice que debes mirar con otros ojos y dejar atrás los prejuicios de la sociedad a la que perteneces. Sin embargo, en el tiempo que llevamos aqui,  nos hemos chocado tantas veces contra el muro de la incompresión, que llegó un momento en el que decidimos intentar no cuestionarnos las cosas por muy ilógicas que nos parecieran. No es que debas mirar con otros ojos, sino que es el propio viaje y las experiencias vividas las que hacen que tu mirada cambie. Es algo que se va adquiriendo a medida que pasan las días.

Ojalá hubiésemos podido relacionarnos más con la gente, pero no te lo ponen demasiado fácil. Nuestras únicas oportunidades han surgido en el tren y el autobús y siempre han sido positivas y enriquecedoras. Quizás la culpa haya sido nuestra por visitar las zonas más turísticas. Eso hace que te conviertas únicamente en un potencial comprador de cualquier cosa.

Nuestro recorrido ha sido el siguiente: Gorakhpur-Varanasi-Khajuraho-Orcha-Agra-Pushkar-Udaipur-Ahmedabad-Aurangabad-Ajanta-Panjim-Palolem-Alleppey-Varkala. Puede que resulte extraño que en el mismo no hayamos incluído Delhi y Bombay. La razón es que no nos gustan las grandes ciudades, y aunque quizás no siempre nos deberíamos guiar por las opiniones de los demás, no hemos coincidido con un solo viajero (ya sea indio o extranjero), que nos recomendara visitarlas. Es más, aprobaban nuestra decisión de no hacerlo.

Si alguien nos preguntara qué es lo que más nos ha gustado, la respuesta es sencilla. Nos quedamos con Goa y Kerala  por muchas razones: la amabilidad de sus gentes, la belleza del paisaje, la limpieza y por supuesto, la  comida. En el resto de lugares, nos costó más adaptarnos, bien por el carácter de sus habitantes o bien porque  acabábamos de llegar y necesitábamos tiempo para asimilar todo lo que veíamos y nos sucedía.

Creemos que algún día volveremos, eso sí, con dos maletas vacías para llenarlas de cosas...ja,ja, ya nos salió la vena consumista...

See you, India!!!

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Goa

Hace quince días, más o menos, llegamos a Goa, después de un viaje en autobús de diecisiete horas. Bueno, en realidad fueron dos autobuses, uno de Aurangabad a Pune, y otro de Pune a Panjim (capital de Goa).Entre uno y otro había dos horas y media de diferencia, tiempo más que suficiente para cambiar de estación, que es lo que tuvimos que hacer. Sin embargo, como en la India sin tensión no hay emoción, a causa de los retrasos y diferentes paradas sin motivo aparente, a punto estuvimos de perderlo.

En el autobús de Pune, conocimos a una pareja de indios que vivían en Bombay. Nos invitaron a comer coco y otras chucherías que llevaban para el viaje. Estuvimos un rato de charla y como siempre, nos preguntaron si nos gustaba su país y qué lugares habíamos visitado. También nos dijeron que últimamente se han grabado algunas películas de Bolywood en España y que por lo que habían visto en las mismas, el país les parecía muy bonito. Tenían grabada en el móvil una canción en castellano, una rumba, que forma parte de la banda sonora original de una de esas películas y que debe estar muy de moda, ya que curiosamente cuando estábamos haciendo el trekking en Langtang, un nepalí también la llevaba en su móvil.

Cuando llegamos a Pune, nada más bajarnos del autobús allí estaba congregada "la mafia del tuc-tuc" (así es como nosotros la llamamos: cuando hay un montón de tuc tucs en un mismo lugar, te piden unos precios desmesurados y ninguno está dispuesto a rebajarlos ni una rupia, entre otras cosas porque todos los demás se le echarían encima, como ya hemos comprobado en más de una ocasión. La solución es ir un poco más lejos donde haya algún tuc tuc aislado y así poder llegar a un acuerdo razonable). En esta ocasión no teníamos demasiado tiempo para negociar, y nos pedían una barbaridad. Sin decir nosotros nada, unos indios que venían en nuestro autobús nos preguntaron a ver adónde queríamos ir y se pusieron a discutir con los conductores, porque incluso a ellos les parecía excesivo lo que nos estaban pidiendo. Aunque no entendíamos lo que estaban hablando, parecía que la cosa empezaba a ponerse fea. Finalmente, y viendo que no conseguían nada, nos dijeron que les acompañásemos a otra parada de tuc tucs y así lo hicimos. Gracias a ellos conseguimos un precio justo.

Tras pasar toda la noche en una litera, en la que apenas podíamos movernos, pero que no impidió que durmiéramos, a las diez de la mañana llegamos a Panjim. La víspera habíamos llamado a una guest house para saber si tenían habitaciones libres y nos habían dicho que tenían muchas. Así que nos dirigimos allí con paso firme. Pero no hubo suerte. Parece que de un día para otro, se les había llenado todo el hotel y sólo quedaba una habitación libre sin baño. Así que no nos servía. Nos hemos alojado en sitios con baño compartido, pero de vez en cuando, necesitamos que tenga baño dentro para lavar la ropa. Por lo tanto no nos quedó más remedio que iniciar la búsqueda, con todo el calor y el mochilón a cuestas. Las perspecitivas no eran muy halagüeñas. Muchos alojamientos estaban llenos y otros, además de ser muy cutres, costaban demasiado dinero. Finalmente nos quedamos en uno que nos pedían ochocientas rupias, pero que conseguimos rebajar a quinientas. La habitación era bastante fea, pero al menos estaba limpia. La mayor parte de las habitaciones en las que nos alojamos son muy espartanas. Tienen la cama, a veces alguna silla, y si hay suerte una mesa o mesilla. En ésta, en concreto, había una silla de plástico de las que hay en las terrazas de los bares y una mesa de camping que nos vino muy bien. Colocamos el tenderete, extendimos nuestros pareos y la convertimos por unos días en nuestra casa. El agua caliente se convierte muchas veces en un lujo, ¿pero quién la necesita cuando fuera hay más de 30º? Además, así somos más ecológicos y nos duchamos rapidito, ja, ja...


Nuestra habitación en Panjim














El gran descubrimiento en Goa ha sido la comida. Después de organizarnos un poco, salimos a buscar un lugar donde comer y cuando nos trajeron la carta, un infinito mundo de posibilidades se abrió ante nosotros: ¡pescado!, ¡ternera!,¡pollo!,¡cerdo!
Así que desde entonces hasta ahora nos estamos dando un banquete cada día, por lo que pudiera pasar...

Panjim es muy diferente a todo lo que hemos visto hasta el momento en India: las calles están más limpias, hay aceras y además la gente las utiliza para caminar, apenas hay vacas, y los lugareños son más amables. También es evidente el pasado colonial portugués del estado, que se aprecia en los edificios, en los nombres de las calles y en las iglesias.

Calle de Panjim















En Panjim nos quedamos tres noches. La ciudad nos gustó mucho y desde allí hicimos alguna excursión en bus local.

Bus local de Panjim
Muy cerca está la Vieja Goa. Es la antigua capital y está llena de iglesias cristianas. Estuvimos visitando, entre otras, la iglesia en la que están enterrados los restos de San Francisco Javier, que es el patrón de Goa y cuya celebración el 3 de diciembre, es la mayor fiesta del estado y dura diez días.

De manera general, nos sorprende el fervor religioso que se percibe en la India, sea de la religión que sea. Hindués, musulmanes y cristianos demuestran en cada momento la creencia que profesan, tanto en sus casas, como en sus coches y negocios.

También fuimos a pasar la tarde a un pueblecito pesquero llamado Dona Paula y al día siguiente estuvimos en otro muy turístico llamado Candolin, con el fin de tirarnos un rato en la playa y de paso, visitamos Fort Aguada, un fuerte portugués del siglo XXVII y un antiguo faro. Nos pegamos una buena caminata para llegar hasta allí, bajo un sol de justicia y el lugar no está mal, pero no mereció la pena tanto esfuerzo.

De camino a Fort Aguada

Dona Paula

Fort Aguada







































  

Durante estos días teníamos que decidir a qué playa nos iríamos de vacaciones (ja,ja, vacaciones de vacaciones, es que viajar por la India estresa mucho...). Dudamos entre Palolem y Arambol porque las dos tenían muy buena pinta. Finalmente decidimos tirar hacia el sur, que es precisamente por donde continua nuestro viaje. Así que ahora mismo estamos en Palolem.

Imagina una playa de arena blanca con forma de media luna y ribeteada de palmeras. El sonido de las olas que rompen en la orilla y una enorme bola de color naranja que tiñe el cielo y la superficie del mar. Así es como se nos presentó Palolem el día que llegamos.

Primer atardecer en Palolem
Y ahora deja de soñar, porque incluso el paraíso tiene sus imperfecciones, e imagina una hilera interminable de chiringuitos y cabañas medio escondidos entre las palmeras, vacas y perros sentados a la sombra de las barquitas, y algún que otro plastón en la arena... Entonces caes en la cuenta de que estás en la India y que al contrario de lo que pudiera parecer, todo ello no le resta ni un ápice de encanto al lugar (siempre que no te lleves el plastón en la zapatilla o peor aún, en el pie, que ya nos ha pasado...).

Panorámica de la playa














No hay mucho más que contar de este lugar. Los días se van pasando plácidamente sin hacer nada más que levantarse tarde, pasear por la playa, darse algún chapuzón que otro, deleitarse con la comida y ver cada día un atardecer diferente.



Y así lo que iban a ser seis días se han convertido en once. Únicamente ha habido un par de acontecimientos que han alterado esta rutina. La aparición de una serpiente marina venenosa todavía viva en la orilla y un temporal en la mar que destrozó varios chiringuitos y canoas de pesca. Hecho éste último, que ha sido noticia de primera plana en los diarios locales.

Y según nos dijeron, ésta era de las pequeñas... ¿Quién da más miedo, los maromos o la serpiente?
Mañana nos vamos. Cogemos un tren que nos llevará al estado de Kerala, última parada en este país. Nos da pena dejar esta playa, pero habrá otros mares y otras playas...

lunes, 21 de noviembre de 2011

De Udaipur a Ajanta... pasando por Ahmedabad y Aurangabad

El viaje de Udaipur a Ahmedabad fue bastante cañero: nos metimos cinco horas y pico en un autobús nocturno que daba mucho asco de lo sucio que estaba y de lo mal que olía. Pero como ya vamos teniendo cierta práctica de hacer de tripas corazón, pusimos el pareo debajo y a dormir.

De repente a las tres y veinte, una hora antes de lo previsto, nos grita un tío que nos tenemos que bajar.Y allí nos veis, de madrugada, en Amedabad, una ciudad enorme, gente durmiendo en la calle, perros por todas partes, montones de basura a cada paso, en fin, un horror... Cogimos  un tuc-tuc para que nos llevara al hotel que habíamos reservado por teléfono. La verdad es que viendo el panorama que había, nos alegramos de haber tenido la precaución de hacer la reserva. Sin embargo la alegria nos duró poco. 

Cuando llegamos al hotel, estábamos un poco atontados. La puerta estaba cerrada pero el conductor del tuc tuc la golpeó varias veces y salieron a abrirnos. Fue entonces cuando el recepcionista, tras un buen rato ojeando el libro de registro, nos dijo que no teníamos reserva y que no había habitaciones libres. Supongo que nuestra cara era un poema, una mezcla de estupor, incredulidad y cabreo. Jon trataba de explicarle que habíamos llamado en dos ocasiones y que no nos habían puesto ningún problema, asegurándonos que teníamos habitación. Pero fue perder el tiempo, nos miraban como las vacas miran al tren.

Pues nada, a buscar hotel a esas horas... Menos mal que el conductor del tuc-tuc era majo y nos llevó a no menos de diez por unas pocas rupias. Cada vez que llegábamos a un hotel, la escena era la siguiente : como dos o tres tipos durmiendo en la recepción que se levantaban como un resorte al vernos llegar para luego, en la mayoría de los casos, decirnos que estaba lleno, lo cual nos extrañaba mucho en una ciudad que no es muy turística. Además en algunos casos, primero nos decían que sí tenían y luego que no. ¿No será que querían seguir durmiendo y por no enseñarnos la habitación nos decían que no tenían ninguna disponible? Llegamos a estar tan desesperados que vimos un hotelazo y pensamos "Vamos a darnos un capricho". Entramos y nos enseñaron una habitación que los ojos nos hacían chiribitas. El recepcionista era bastante estirado y cuando estábamos a punto de cogerla, nos dijo que por entrar en ese momento nos cobraba dos noches. Y claro, por ahí no íbamos a pasar, además de que no nos lo podíamos permitir. Después de hora y media buscando, decidimos quedarnos a esperar en un sitio a que se hiciera de día. Así que a la puerta de un hotel en el que había bastante luz nos apeamos del tuc tuc y le dijimos adiós a ese buen hombre. Justo era un hotel al que no habíamos entrado a preguntar y resulta que tenían habitaciones bastante decentes y que se ajustaban a nuestro presupuesto. Increible pero cierto.

Después de dormir un buen rato, decidimos salir a dar una vuelta por la ciudad y vimos con consternación que la impresión que nos había causado por la mañana no hacía más que confirmarse. Es el lugar más feo y caótico que hemos tenido la oportunidad de ver hasta ahora. Así que prácticamente pasamos los dos días que teníamos que quedarnos allí, en nuestro hotel viendo la televisión india, películas americanas, de Bolliwood,  videos musicales, además de algún programa de noticias...

De Ahmedabad salimos a las seis de la tarde y llegamos a Aurangabad a eso de las nueve de la mañana y nos dispusimos a buscar hotel. Esta vez fue un trámite que nos llevó poco tiempo... En ese día buscamos una excursión para ir a las cuevas de Ajanta,  motivo por el cual habíamos venido aquí, y un autobús para ir a Goa. Los encontramos sin demasiada dificultad y nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Vimos que nada tenía que ver con el anterior lugar que habíamos visitado. Aurangabad es una ciudad bastante agradable y tranquila, con comercios y restaurantes de una calidad que no habíamos tenido oportunidad de ver en toda nuestra estancia en la India.

Llegó el momento de visitar las cuevas de Ajanta y ciertamente, son impresionantes. El trabajo realizado en las mismas tanto de pintura como de escultura resulta sobrecogedor. Nos gustaron mucho, pero  nos equivocamos al decidir hacer esta excursión de manera organizada, porque nos dieron  apenas unas dos horas para verlas. Sin duda, este lugar  se merece pasar más tiempo. Sin embargo, tampoco teníamos muchas más opciones económicas para poder visitarlas  y volver a Aurangabad en el mismo día. 


jueves, 10 de noviembre de 2011

Un encuentro inesperado en Udaipur

Para llegar a Udaipur, cogimos un autobús desde Ajmer. En la estación, había un hombre que se encargaba de abrir el maletero. Metimos las mochilas y nos dijo que teníamos que pagar veinte rupias cada uno. Le dijimos que ni hablar, que estaba incluido en el billete, pero como hacía ademán de sacarlas, llamamos a la agencia en la que lo habíamos comprado. Ya no nos volvió a pedir más dinero. Probablemente la llamada nos salió más cara que darle las cuarenta rupias, pero ya se ha convertido en una cuestión de que no nos tomen el pelo en cada momento.

Era la primera vez que cogíamos un autobús en India y aunque las literas estaban bastante sucias, extendimos nuestros pareos y sacos sábanas y a dormir (el que pueda, porque el autobús pegaba unos saltos...). Aunque no tenía aire acondicionado, como por las noches refresca y con el movimiento se abría la ventana, hacía una rasca que tuvimos que sacar los forros polares. Por lo demás nos pareció bastante cómodo y desde luego viajas en completa intimidad. Se trata de una cama doble que va en un compartimento (no apto para claustrofóbicos) que queda totalmente aislado con cristal y cortina.

Cuando llegamos al Dream Heaven Guest House, nuestro alojamiento en Udaipur, todavía era de noche y un empleado del hotel que de lo dormido que estaba, ni tan siquiera se enteró de nuestra llegada, nos dijo que teníamos que esperar a las diez de la mañana para hacer el check-in. Faltaban todavía cinco horas así que nos dejó que esperáramos en la terraza del hotel, que tiene una de las mejores vistas del lago y desde donde vimos el amanecer.


Vista desde el Dream Heaven

Este día estuvimos comiendo en un restaurante en el que coincidimos con dos chicas catalanas que habían estado viajando por el sur de la India. Esta era su segunda visita y nos aseguraron que este país engancha. La verdad es que nos echamos unas risas compartiendo experiencias de viaje.

Al día siguiente nos sucedió algo extraordinario. Caminando por una callejuela en busca de un "haveli"(vivienda tradicional), un hombre sentado a la puerta de su casa, se dirigió a nosotros, preguntándonos a ver si le podíamos traducir un texto del español al inglés. Le dijimos que sí y nos invitó a entrar a su casa. Nosotros estábamos un poco con la mosca detrás de la oreja, porque nuestras experiencias con los indios no han sido en general muy positivas, sin embargo podemos decir que éste fue sin duda uno de los días más especiales del viaje. Laxmikant, que es como se llama este hombre, tiene cincuenta años y trabaja en el museo del palacio del Maharajá. No puede caminar y tiene ciertas dificultades para hablar, aunque ello no le impide saber inglés y chapurrear francés, japonés y castellano. Entre sus aficiones está la fotografía, haciendo colaboraciones para algún libro y la composición de música, que le ha permitido viajar a Japón, Francia y Hawai. Sin embargo lo que verdaderamente le define es que a pesar de sus incapacidades, está lleno de vitalidad y alegría. Tiene su propia filosofía de vida basada en la búsqueda de la felicidad y en vivir el presente porque "el pasado es historia, el presente un regalo y el futuro, un misterio" Si algo malo le sucede dice "C'est la vie" y luego añade "pero no se la metí" (es un cachondo) No le gusta hacer promesas, ni que se las hagan porque ¿cómo garantizar que se puedan cumplir? Practica el yoga y la meditación una hora cada día, y según él, es la razón por la que aparenta por lo menos diez años menos de los que tiene.

Nos invitó a un té y como a su casa no paraba de entrar gente, nos iba presentando a todos, tanto amigos como familiares. Nos preguntó a ver si teníamos algún plan para ese día y que estaría encantado de invitarnos a comer y acompañarnos a conocer la India de verdad, la que no visitan los turistas. Y así fue que estuvimos en el templo de los gitanos; paseamos por toda la ciudad en tuc tuc; fuimos al lago donde se encuentra el palacio del monzón; merendamos chapati y un guiso de cabra en la casa del conductor del tuc tuc, Fayyaz, en un barrio musulmán, en la que nos recibieron entre emocionados y curiosos un montón de niños; vimos elefantes circulando por las calles. Y Laxmi no paraba de preguntarnos "Are you happy?" con su sonrisa permanente. Para terminar el día cenamos en su casa y quedamos en volver a vernos dos días después para visitar con él el museo del palacio. Pero no pudo ser...




En casa de Fayyaz

Para nuestro tercer día en Udaipur, teníamos reservada una excursión a Ranakpur y Kumbalgarh. Quedamos a las ocho de la mañana con el conductor y se supone que no íbamos a estar de vuelta hasta las siete de la tarde. Sin embargo nada más comenzar el viaje, Silvia empezó a notar dolor de estómago. No le dió mucha importancia, pensando que se le pasaría, pero cuando llegamos a Kumbalgarh, dos horas más tarde ni siquiera pudo realizar la visita. El viaje de vuelta fue toda una odisea ya que la cosa fue a peor y cuando llegamos al hotel tenía algo de fiebre y diarrea. Eso sí, un par de días después ya estaba totalmente recuperada y con algún michelín menos...



Udaipur nos ha gustado mucho y no nos ha importado quedarnos algún día más, aunque fuera por este hecho desafortunado. Pero no nos vamos a quejar, son gajes del oficio... Nuestro siguiente destino son las cuevas budistas de Ajanta, en el centro de la India, y poco a poco, nos vamos acercando a nuestro destino más deseado, cerca del mar, al que también entre otras muchas cosas echamos de menos. Pero no hay que adelantar acontecimientos, como dice Laxmi, vivamos el presente, que es lo único que es verdaderamente nuestro.


Mujeres en el templo

miércoles, 9 de noviembre de 2011

La feria del camello en Pushkar

Tras una visita casi relámpago a Agra, únicamente para ver el Taj Majal cogimos un tren a Ajmer, y de allí a Pushkar, pequeño y tranquilo pueblo situado junto a un lago. Pasar unos días tranquilos era precisamente lo que queríamos, sin embargo, nada más poner el pie en Ajmer, nos enteramos de que al día siguiente comenzaba en Pushkar la feria del camello. Así que este pueblo de aproximadamente 20000 habitantes recibe en diez días unos 200000 personas, más unos cuantos camellos (no habíamos visto tanto camello junto en toda nuestra vida)...Algo habíamos leído sobre este evento, pero no sabíamos cuándo se celebraba. Está claro que tenemos el don de la oportunidad. Afortunadamente no nos costó mucho encontrar alojamiento, porque uno de los problemas durante la feria es que los hoteles están a rebosar y, claro, aprovechan para subir los precios. Nosotros conseguimos hospedarnos en una colorida guest house, "Mama Luna" regentada por un padre y sus sonrientes hijos, en la que estuvimos verdaderamente agusto.



En Pushkar, las calles del centro por las que apenas circulan vehículos, salvo alguna moto o ricshaw, están repletas de tiendas y cafeterías, y su pequeño lago salpicado de ghats y templos. Sus comerciantes son gente amable, que te saludan al pasar y no te agobian para que compres. Pasear por el lago de noche, viendo a algunas personas meditar y a otras realizar ofrendas de flores y velas, en medio de un silencio inusual en este país, nos ha encantado. Y todo ello ha hecho que éste haya sido el primer lugar de la India del que nos ha dado pena irnos.



En el recinto en el que se celebra la feria del camello, cada paseo era una explosión de color como hasta ahora no habíamos visto en ningún otro lugar: las mujeres vestidas con saris brillantes, pendientes de oro y tatuajes de gena; Los hombres de blanco, con turbantes de todos los colores y enormes mostachos; los camellos con sus mejores galas; los encantadores de serpientes; las tiendas de campaña, las hogueras y el inmenso sol poniéndose al atardecer...



Aquí también nos timaron, no fue demasiado, 235 rupias, el equivalente a una buena comida o una noche de hotel. Y la culpa fue nuestra, porque pese a haberlo leído en la guía, como inoxentes caímos. El primer día por la mañana, decidimos ir a la oficina de turismo. Como no conocíamos el pueblo, íbamos preguntando por dónde se iba y en una de éstas, un hombre nos dijo que le acompañáramos al lago, que era un día especial de ofrendas, nos colocó unos cuantos pétalos de flores en las manos y nos mandó por separado a cada uno con una especie de sacerdote. Nos preguntaron de cuántos miembros estaba formada nuestra familia y recitaron una especie de mantra que teníamos que repetir, y que garantizaba la felicidad de todos ellos por siempre jamás. Nos echó encima agua del lago y nos pintó con gena en mitad de la frente, donde se supone que está el tercer ojo. Finalizado el ritual llegó el momento de pagar. Cuanto más numerosa sea la familia más pagas, y si es en euros o dólares mejor. El primer mosqueo vino cuando les dijimos que sólo teníamos rupias y además no muchas. En el caso de Silvia, como no sabía responderle en inglés, le soltó todo lo que pensaba en castellano y le dijo que no tenía más que 35 rupias, lo cual era verdad. Suponemos que un poco desesperado por la imposibilidad de hacerse entender, le dejó marchar. En el caso de Jon, el hombre se puso agresivo, y consiguió zafarse pagando 200. Por lo menos, aunque de mala gana, conseguimos que nos colocaran una pulserita que enseñábamos cada vez que íbamos al ghat y así nos dejaban en paz. Lo llaman "el pasaporte de Pushkar" y el policía de la oficina de turismo nos recomendó no quitarnos la pulserilla de marras en toda nuestra estancia allí.



En Pushkar coincidimos desayunando y en un té vespertino con un chico de Vitoria, que estaba acompañado de un japonés, un alemán y un portugués que hablaba urdu. También estuvimos charlando con unos catalanes que habían estado por la zona de Cachemira. Y día a día, vamos compartiendo momentos con gente, a la que también vamos dejando atrás.

¿Quién es el beduino majareta?